Una dificultad importante a la hora de relacionarse con los demás (sobretodo, pero también con uno mismo), es no tener presente cuál es la situación actual y cuál es el modo de actuar en base a ella. Es decir, no centrarte, obsesionarte ni estancarte en cómo “debería” ser la situación, sino buscar la manera de conseguir tu objetivo a pesar de cómo esta situación se presenta.
Para ello, primero has de establecer un objetivo claro. Parece sencilla la tarea de fijarse un objetivo, pero vamos a ver que no lo es tanto. Has de responder a las siguientes preguntas, preferiblemente en el orden que te presento a continuación:
- ¿Qué es lo que quiero?
Tendrás que definir el objetivo de la manera más precisa posible, evitando generalidades o ambigüedades, y prestando atención a su viabilidad.
- ¿Puedo negociar o ser flexible?
Esta pregunta es muy importante, pues tendemos a obsesionarnos con el camino que tenemos marcado y pasamos por alto la posibilidad de la negociación con el otro o la flexibilidad con uno mismo.
- ¿Cómo lo quiero?
Es fácil pensar que con esta pregunta me refiero a de qué manera quieres conseguir algo, y sí es así, pero también, y principalmente, apunto a la manera en la cuál te vas a sentir a la hora de conseguir el objetivo. En ocasiones, consigues lo que quieres a costa de tu salud psicológica (te enfadas, te angustias, te pones triste…). Debes tener en cuenta que hay otras formas de conseguir lo que te propones sin necesidad de sentirte mal. Para ello, responde a esta pregunta antes de iniciar ninguna acción, así te resultará más sencillo.
- ¿Cuándo lo quiero?
Sopesa si es el momento adecuado con la ayuda de las respuestas dadas a las preguntas anteriores. Si, en función de lo que te has respondido, no es el momento, tienes dos opciones: esperar que el momento llegue, o replantearte el objetivo (volver a contestar todas las preguntas teniendo como referencia la situación actual).
Por último, has de tener en cuenta la idiosincrasia de cada persona, así como las leyes básicas de la comunicación humana. No basta con que un individuo le explique a otro qué es lo que quiere, sino que el primero ha de asegurarse totalmente de que el segundo ha comprendido lo explicado. Nos sale de manera natural cuando intentamos expresarnos en otro idioma o con personas de otras culturas, le ponemos más atención a las palabras empleadas, a la comunicación no verbal y al feedback recibido, para asegurarnos de que el otro entiende perfectamente lo que decimos. Esta atención nos falta en la comunicación cotidiana, olvidamos ponernos en la piel del otro, centrados únicamente en nuestro punto de vista, y consiguiendo unos resultados no siempre favorables.
Te pongo algunos ejemplos:
Una persona viaja en autocar, su compañero de asiento está cantando en voz alta e impide al resto de pasajeros disfrutar de la película, el viaje, la lectura… Esta persona no le dice nada a su compañero de asiento porque piensa que “debería” darse cuenta de que está molestando, o bien que los demás “deberían” decirle algo y no él. Consecuentemente, esta persona está poniendo sus exigencias de justicia por delante de su eficacia o de “hacer lo que funciona”. El resultado será que irá todo el viaje crispado en lugar de zanjarlo educadamente en un momento.
Un ciclista va por el carrilbici de su ciudad, se encuentra con que otra persona va caminando por el carrilbici en lugar de hacerlo por la acera. Siempre hay personas que hacen esto y entorpecen la circulación de las bicicletas sin darse cuenta. Si la opción del ciclista es comenzar a timbrar para que la otra persona se aparte, no estará actuando de manera efectiva, porque es mucho más sencillo adelantarle por el espacio restante y continuar el camino. No todo el mundo sigue las normas, ni uno mismo las sigue en todo momento.
Comentarios